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  • Ricardo Andrés Lozada

Semillas ¿Bien común o propiedad corporativa?


Desde hace algo más de 20 años, las semillas se han convertido en epicentro de la lucha por la soberanía alimentaria. Las políticas gubernamentales y supranacionales, presionadas por las grandes corporaciones de la industria alimentaria, han hecho de las semillas una mercancía más que se vende, se patenta, se compra, se regula y se expropia. Diversas leyes y decretos a lo largo del mundo prohíben que millones de campesinas y campesinos puedan resguardar, intercambiar, mejorar y cultivar semillas, una labor que sin duda alguna ha sido fundamental para mantener y reproducir la agrobiodiversidad en el mundo. Las semillas genéticamente modificadas, permiten que unas pocas corporaciones adquieran derechos exclusivos sobre semillas que históricamente han estado al servicio de la humanidad, aspecto que no sólo afecta la soberanía alimentaria y la biodiversidad, sino que también aminora y destruye los saberes campesinos e indígenas. El objetivo de estas políticas no sólo persigue modificar genéticamente las semillas (con los peligros desconocidos que esto trae consigo y los dilemas éticos), sino disminuir su variedad.

En el caso del maíz, que goza de más de 60 razas, las corporaciones y los gobiernos con sus regulaciones, pretenden reducirlas a dos o tres variedades, acción que facilita su apropiación, manipulación y comercialización. Si las leyes autorizan únicamente el uso de semillas que han sido genéticamente modificadas, las cuales están cobijadas bajo el derecho de patentes, obligan a los agricultores a comprar y a producir únicamente esas semillas, convirtiéndose en delito el almacenamiento, intercambio, uso y siembra de otras razas o variedades no autorizadas. En otras palabras, es privatizar los alimentos desde lo más espiritual y misterioso, es arrancarle al ser humano el manejo autónomo y comunitario de las semillas: semillas que desde hace 10 mil años hacen parte de la cultura y que han venido co-evolucionando con los pueblos del mundo. Quitarle a las comunidades el derecho a tener sus propias semillas, es tan absurdo como pasar factura por el aire que respiramos, como cobrar una tarifa por el agua lluvia o como pedir impuestos por la energía que recibimos del sol.

Comparto con ustedes un documental que presenta una síntesis de los conflictos ambientales y las luchas que se están desarrollando en América Latina alrededor de la privatización y manipulación genética de las semillas

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